Dos capataces disparan contra un grupo de 200 jornaleros de Bangladesh que reclamaban el pago de salarios atrasado
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Uno de los jornaleros heridos recibe tratamiento médico en un centro médico de Varda. / TAKIS & ANDREA PANAYIOTOPOULOS (EFE) |
En 2008, la villa agrícola de Manolada (oeste de Grecia) fue
escenario de protestas y huelgas de migrantes temporeros por las penosas
condiciones de trabajo. En 2009, dos ganaderos locales arrastraron
atados a una moto a dos jornaleros bangladesíes, a los que acusaban de
haber robado unos corderos, y otro nativo torturó a un egipcio
atrancando su cabeza en la ventanilla de un coche y conduciendo luego
cerca de un kilómetro. Pero este miércoles la violencia se desbocó
cuando una protesta de 200 trabajadores extranjeros de la fresa, que
reclamaban salarios impagados hace meses, derivó en drama. Dos capataces
dispararon contra ellos con una carabina para dispersar la
concentración, hiriendo a una veintena (o una treintena, según medios
locales) de bangladesíes, ocho de ellos de gravedad.
La reacción del Gobierno no se hizo esperar: el tiroteo fue descrito este jueves como un incidente “devastador y sin precedentes”.
“Es un acto ajeno a los valores morales griegos y la reacción de las
autoridades será inmediata y apropiada”, dijo el portavoz del Ejecutivo.
El ministro del Interior, Nikos Dendias, blanco de los grupos de
derechos humanos, salió al paso de las críticas relativas a la
explotación económica de las víctimas. El sindicato mayoritario GSEE,
que agrupa a los trabajadores del sector privado, no dudó en calificar
la situación en Manolada de "mercado de esclavos".
La mayor parte de las fuerzas políticas emitió comunicados de
repulsa. El principal partido de oposición, Syriza (72 diputados),
calificó los hechos de “práctica racista y criminal” y pidió una
investigación de lo sucedido en la localidad, situada al oeste del
Peloponeso. Una diputada de Syriza declaró incluso que la policía había
detenido a las víctimas “para que no haya testigos de las prácticas mafiosas de Manolada”
El propietario del campo de fresas —monocultivo del lugar— fue
detenido por la policía con otro individuo, mientras continuaba la
búsqueda de dos sospechosos. Grupos de activistas lanzaron de inmediato
una campaña para boicotear las fresas de Manolada e incluso un programa
matinal de televisión cuya receta del día era, precisamente, a base de
fresas. Incluso medios de comunicación del establishment, habitualmente mesurados y neutros, censuraron la inoportunidad de esa emisión.
La condena oficial, aunque firme, llega tarde: la inmigración en
Grecia es desde hace tiempo una bomba de relojería, económica, social y
políticamente hablando. En el Parlamento se sientan 18 diputados de
Aurora Dorada, un partido abiertamente xenófobo que defiende la expulsión del país de todos los indocumentados,
y la crisis ha disparado la competencia por recursos cada vez más
escasos. Alrededor del 20% de los inmigrantes albaneses —la primera
oleada de inmigración masiva en Grecia, en los noventa, empleados
masivamente en la agricultura y la construcción— han regresado a su país
en los últimos cinco años, siendo sustituidos por mano de obra aún más
barata procedente de Oriente Medio, Asia y África. Para los más de 100.000 indocumentados que grosso modo llegan cada año al país
por vía terrestre (a través de Turquía) o marítima, Grecia,
inicialmente un territorio de paso, se ha convertido en una ratonera de
la que ni siquiera pueden, como los albaneses, salir.